sábado, 6 de junio de 2015

Aceptar las rabietas. Por Aguamarina, de De mi casa al mundo

 
 

¿Por qué nos molestan tanto las rabietas de los niños? ¿Por su intensidad? ¿Por su frecuencia? ¿Por los sentimientos que nos generan?

Es verdad que suelen desencadenarse en los momentos más inoportunos e indeseados, muchas veces en público.

Pero también es cierto, que gran parte de las rabietas son consecuencia de mostrar su rechazo a algo que nosotros queremos que hagan.

Y esto por supuesto, no nos gusta.

Ni a ellos, que se enrabietan.

Considero que justo ahí empieza una de las grandes contradicciones que como padres transmitimos a nuestros hijos. Todos queremos niños libres y capaces, pero a la vez, los queremos obedientes y dispuestos, y que nos hagan caso cuando nos conviene.

Aunque claro, es por su bien (eso es lo que nos dice nuestro yo engañado para autoconvencernos).

A lo largo de los diez años que llevo atendiendo a niños y a sus padres como psicóloga (madre mía cómo pasa el tiempo), he recibido la demanda de muchas familias sobre este tema.

He escuchado decenas (por no decir cientos) de veces frases como: es que siempre se enfrenta, tiene muy mal carácter, a veces es como una explosión, no se controla, es inaguantable, me monta unos shows, hasta se pone agresivo/a,… y mi favorita: es que solo quiere llamar la atención.

Ante estas situaciones, podría sacar todo mi arsenal de teorías de psicología del desarrollo y explicar a los padres qué son las rabietas, por qué se mantienen, cómo prevenirlas, cómo se solucionan,…Pero para eso ya hay muchos libros publicados, y muy buenos (como el de Rosa Jové: Ni Rabietas ni Conflictos, que por cierto te recomiendo).

Así que lo que suelo hacer es plasmar todo el panorama familiar sobre la mesa y mostrarles la verdad, aunque no guste; un niño que llama la atención, precisamente es que necesita más atención, es la forma desesperada que ha encontrado para expresarlo. 

Para que los padres entiendan mejor esto, suelo ofrecerles una breve explicación:


La mayoría de padres entienden esto enseguida y automáticamente hacen un cambio de actitud y miran a sus hijos de otra manera. Esto, a la vez, provoca de forma refleja un descenso increíble en las rabietas. Lo he constatado tantas veces.
Es que solo siendo un poco más conscientes de lo que provocamos en nuestros hijos, nos daríamos cuenta. 

Si rebobináramos la película, veríamos que los niños están muy exigidos todo el día, teniendo que adaptarse al ritmo que les imponemos los adultos sí o sí,  y además, acumulan muchos "NO" todo el tiempo. Cuántas veces les decimos al día si piden nuestra atención: ahora no, espera, ahora estoy ocupada, más tarde, espera un momento, estoy haciendo la cena, juega solo,...

Y a todo esto,  ¿mi hija tiene rabietas? Pues claro que sí, y muchas veces ponen a prueba nuestra paciencia. Pero tenemos algo que nos funciona como padres, y que nos suele salir de forma casi natural; cuando uno entra en el juego rabioso del enfado, el otro permanece a la escucha, más sereno, y observa el trasfondo de esa llamada.
Porque un niño que tiene una rabieta nos está diciendo dos cosas:
  • Por una parte, necesita expresar todo lo que lleva dentro, y hay que dejarle que lo haga. (La mayoría de veces queremos que se calle cuanto antes, en parte, porque de forma inconsciente, su rabia y su llanto despierta el desamparo infantil que sufrimos nosotros mismos de niños y con el que no queremos entrar en contacto. Pero lo único que hacemos así es enseñarles a reprimirse).
  • Y por otra, nos está llamando a gritos desesperados, para que le miremos de verdad, y conectemos con él/ella.
Así que, aceptemos las rabietas, y escuchémoslas, son mensajes.
<<Lo que niegas te somete, lo que aceptas, te transforma. – C.G. Jung>>

Bendito enfado. Por Sonia de Putum putum

(Texto de Putum putum - A blog made with love)

rabietas
No estoy en contra del enfado. Debo reconocerlo. En mi vida he aprendido a valorarlo, pues cada vez que me enfadaba era porque algo dentro mío me estaba queriendo decir que no estaba de acuerdo, que no era feliz…que no estaba bien.
El enfado me ha permitido poner límites. Decir “¡BASTA!, NO PUEDO MÁS CON ESTO”, parar, detenerme a mirarme, a escucharme. He debido aprender a canalizar mi enojo si, y también a darme permiso para estar enfadada. De niña parecía que estaba mal enfadarme. No nos daban derecho a protestar, a manifestar nuestro malestar cuando no nos tenían en cuenta.
Con mi hija aprendo a aceptar su enfado. Sin juzgarla, sin criticarla. No estoy dispuesta a reprimir su emoción. Ayer en la calle se enfadó mucho por algo que no quise comprarle (aunque claramente sé que su enfado no fue por eso sino que venía acumulándose a lo largo del día y de la semana) y estuvo llorando a grito pelado. De tanto en tanto me pegaba, me escupía, me insultaba. De repente me giro y veo que una señora mayor se acercaba a la vez que se llevaba el dedo índice a la boca dirigiéndose a mi hija mientras decía “Shhhhh”. Bueno, en ese momento la enfadada fui yo. La mandé a callar a la señora y respetuosamente le dije que no se metiera, pero me cabreó tanto su interrupción. ¿Por qué debemos silenciar a lxs niñxs cuando expresan su enfado? ¿Por qué debemos contenernos cuando nos enfadamos? Claro está que no hablo de que vayamos por ahí propinando insultos, golpes o más por la vida, sino que hablo de  permitirnos nuestros pequeños enfados, mirarnos, hacer una pausa para escucharnos y  ver de qué manera puedo sentirme mejor, para evitar convertirnos en monstruos-devora-todo.
Volviendo a mi hija, tenía claro que yo soy su madre, su persona de confianza, con quien puede mostrar todo lo que es y/o necesita sacar de sí misma. Sé que puede sentir un aluvión de sentimientos contradictorios hacia mí y que eso puede conflictuarla sino se lo permito-. La acepto. La amo como es. No soy capaz de reprimir su enfado, de distraerla, de callarla. No soy capaz porque aún ante la mirada de todos los desconocidos que pasaban por allí mirándonos, mi hija era lo único que me importaba. Yo tampoco estaba dispuesta a ceder en la decisión que había tomado. Y cuando finalmente se calmó (tuve que negociar porque realmente teníamos que irnos), al final de tanto desgaste emocional, buscó mi mano. Necesitaba el contacto físico. Yo por mi parte sentía enfado por no poder tranquilizarla y por su demanda, pero también sabía que soy su madre, y la fuente de su contención y amor. No la premié, pero la abracé, le hablé diciéndole que la sabía enfadada y en desacuerdo con mi opinión y que a mí también me enfadaba, pero aún así, mis palabras fueron “Te amo siempre, hagas lo que hagas”.
Estoy segura que no quiero castigar ni enojarme con mi hija por su manera de expresar su enfado, ni por las emociones que puede o no gestionar. Me llama la atención que existan artículos sobre cómo “Controlar las emociones” o cómo “controlar las rabietas”, cuando es algo que necesita acompañamiento, paciencia, amor y no tomarnos el enfado como algo personal, sino poder “ver” al otro/la otra con todo su Universo de experiencias que lx conducen a sentirse así.
Aquí comparto algunos consejos que he recibido para acompañar a nuestros hijxs en la expresión de sus necesidades:
  • Si notan que están con necesidad de pegar, buscar juegos, objetos, en los que la norma sea descargar. Ej.: guerra de almohadas, pegarle a cojines, peluches, etc.
  • Empujar: este juego se realiza para que ellos puedan utilizar su fuerza física, cuando vemos que empujan a otrxs compañeritos, por ejemplo. Cogemos un cojín y nos ponemos detrás de él, enfrentadas a nuestrx hijx. Le pedimos que nos empuje a través del cojín y nosotros ofrecemos resistencia pero por momentos cedemos, para que puedan tener ambas sensaciones. Es un juego muy liberador para ellxs.
  • Arrojar objetos. A veces pasan por períodos que necesitan arrojar cosas. Podemos proponerles juegos de este tipo eligiendo previamente algunas opciones para que ellos puedan arrojar. Ej.: juguetes de plástico que hagan ruido y que nos dé igual que puedan sufrir alguna avería, pelotas contra la pared, etc. Suelen preferir algún objeto que haga ruido al chocarse con la pared o el suelo.
  • Gritar. Uno de mis favoritos. Salir a un parque o en un sitio donde nos sintamos con la libertad de gritar y proponerle a nuestrx hijx que grite y gritar juntxs. Prueba a gritar como loca con tu hijx, sin temor a ser oída o mirada. Luego me cuentas qué tal te sientes.
Cuando los observamos podemos percibir que lxs niñxs dan claras señales de necesidades que necesitan manifestar. El juego puede ser una manera muy saludable de acompañarlos en esta necesidad, pero no recomiendo sugerírselo en mitad de una disputa/llanto. Dejar que se manifiesten, siempre que también podamos ser sincerxs con lo que podemos dar de nosotrxs o lo que podemos tolerar de la situación. Tampoco como adultos podemos forzarnos a hacer algo que no estamos emocionalmente preparados para sobrellevar. Por eso será importante que nos revisemos a diario, que podamos revisar nuestras heridas y sanarlas. Si realmente estás comprometidx a amar incondicionalmente a tu hijx, debes saber que el Amor no entiende de expectativas. Amar es aceptar al otrx tal cual es. Siempre.